Los últimos cuatro presidentes que ha tenido el país han aplicado una visión muy distinta de la política exterior de República Dominicana en un contexto de intensos cambios geopolíticos

La política exterior de la República Dominicana en casi 30 años ha variado en función de la visión de los cuatro presidentes que ha tenido el país durante ese periodo, Leonel Fernández, Hipólito Mejía, Danilo Medina y el presidente Luis Abinader. Igualmente, han influido los intereses geopolíticos de las grandes potencias, fenómenos como la globalización, los cambios geopolíticos que ha experimentado el mundo y la propia evolución de la región.

Uno de los hechos más relevantes para el país en materia de política exterior ha sido el establecimiento de relaciones diplomáticas con China durante el último gobierno de Danilo Medina. El hecho provocó el rompimiento de las relaciones con Taiwán, un socio histórico del país y con amplia cooperación.

Antes de ese hecho, otro momento histórico en la política exterior fue el establecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba en 1998, en el primer gobierno de Fernández, luego de un largo periodo de casi 40 años de rompimiento.

Durante el gobierno de Medina y la gestión de Miguel Vargas como canciller, el país también logró, por primera vez, un asiento en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) 2019-2020.

En una acción que se distancia de la estrategia de acercamiento a China de Medina, el presidente Abinader, a pocos meses de asumir el poder, en octubre de 2020, declaró que China no podrá invertir en República Dominicana en tres áreas estratégicas, telecomunicaciones, puertos y aeropuertos. Ese hecho, definió una diplomacia más inclinada a los intereses de Estados Unidos.

En el marco de la cumbre de Las Américas, evento del que el país es anfitrión y se desarrollará en Punta Cana los días cuatro y cinco de diciembre de este año, el Gobierno ha decidido no invitar a tres países, Venezuela, Nicaragua y Cuba. Debido a esa medida, otras dos naciones, Colombia y México, han informado que no participarán en el encuentro.

Como la República Dominicana será el centro de atención en la región en el marco de esa cumbre, que tiene a Estados Unidos como principal sostén, es relevante pasar balance al enfoque de la política exterior del país, vista desde la perspectiva de cuatro presidentes. Para esos fines, elCaribe conversó con el especialista en temas internacionales, diplomacia, diálogo y consenso, Nelson Espinal Báez. Desde su óptica, la política exterior del país pasó desde la estrategia del prestigio de Fernández a la de resultados, de Mejía, Medina y Abinader.

¿Cómo describiría usted la evolución de la política exterior dominicana desde 1996 hasta la actualidad?
La política exterior dominicana ha sido, en las últimas tres décadas, un espejo de las prioridades internas de cada presidente. Más que una política de Estado, ha reflejado las visiones personales de quienes han dirigido el país y su modo particular de entender el poder, la soberanía y el desarrollo. Cada administración ha proyectado hacia el mundo su propio orden de preocupaciones: legitimidad, estabilidad, crecimiento o posicionamiento internacional.

Usted ha hablado de cuatro estilos presidenciales distintos. ¿Cómo los caracterizaría en materia de política exterior?
Leonel Fernández apostó por la proyección internacional y el prestigio del país, buscando insertar a la República Dominicana en los grandes foros globales y en el debate de ideas del siglo XXI. Su diplomacia fue un instrumento de visibilidad y liderazgo intelectual, con acento en el multilateralismo, la integración caribeña y latinoamericana, y la diversificación de alianzas con Europa y Asia. En un mundo aún dominado por la unipolaridad estadounidense, Leonel Fernández procuró equilibrio frente a los intereses geopolíticos, apostó por el soft power —el poder blando— como vía para aumentar la influencia del país.

Hipólito Mejía, en cambio, asumió una línea pragmática y funcional, más dependiente de la relación tradicional con Washington. Su contexto fue distinto: una crisis bancaria, tensiones económicas y el mundo posterior al 11 de septiembre. En ese escenario, su política exterior se orientó a mantener la cooperación, el comercio y la estabilidad. Fue una diplomacia de continuidad institucional, directa y sobria: menos simbólica, más operativa.

Danilo Medina introdujo el mayor giro estratégico en décadas, al establecer relaciones diplomáticas con la República Popular China. Esa decisión redefinió el mapa geopolítico dominicano y reflejó una lectura realista del nuevo orden multipolar. Durante su gobierno, la política exterior se convirtió en instrumento del desarrollo económico: promoción de exportaciones, atracción de inversión extranjera, fortalecimiento del turismo y las zonas francas. Fue una diplomacia menos ideológica y más pragmática, diseñada para servir al crecimiento interno. El reconocimiento de China y la elección de la República Dominicana como miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la ONU (2019–2020) marcaron el punto más alto de visibilidad internacional del país.

Finalmente, Luis Abinader ha retornado a un pragmatismo atlántico, que alinea la política exterior dominicana con los valores democráticos, la agenda de derechos humanos y las prioridades estratégicas de Estados Unidos y Europa. Su gestión enfrenta una coyuntura regional compleja: la crisis haitiana, las tensiones migratorias y la competencia global entre potencias. En ese contexto, Abinader ha intentado transformar a la Cancillería dominicana en una institución más profesional y meritocrática, orientada a resultados. Su énfasis está en los hechos medibles: inversión, cooperación, liderazgo regional y seguridad fronteriza. Su apuesta es convertir la política exterior en una política de Estado que trascienda los estilos presidenciales.

En sus palabras, la República Dominicana ha pasado de una “diplomacia del prestigio” a una “diplomacia de resultados” ¿Podría explicarlo?
Sí. El país ha transitado de la diplomacia del prestigio (Leonel) a la de la cooperación (Hipólito), luego a la del desarrollo (Danilo) y finalmente a la de los resultados (Abinader). Cada etapa ha expresado una forma distinta de poder inteligente: el poder blando del prestigio, el poder de estabilidad, el poder económico y el poder de gestión.

¿Y cómo se inserta la República Dominicana en el escenario internacional actual, cuando la competencia entre potencias se intensifica?
En un entorno global cada vez más competitivo, la fuerza de un país pequeño no reside en su tamaño, sino en su capacidad de negociar y articular intereses en múltiples tableros. La verdadera soberanía, como enseña la práctica diplomática moderna, no se defiende solo con fronteras, sino con visión y estrategia.

¿Cuál considera usted que es el gran desafío de la política exterior dominicana en los próximos años?
El desafío pendiente es construir una diplomacia profesional, sostenida y coherente, capaz de trascender los ciclos políticos. Eso implica fortalecer el servicio exterior, institucionalizar la carrera diplomática y dotar al país de una estrategia permanente de inserción internacional. Desde hace años se han esbozado diseños de política exterior que contemplaban la diplomacia económica como pilar esencial: convertir las embajadas en verdaderos centros de promoción comercial, atracción de inversión y posicionamiento de exportaciones. Sin embargo, esas iniciativas quedaron en el plano de la intención. Hoy el reto es hacerla efectiva. La política exterior del siglo XXI no puede limitarse a representar; debe producir resultados concretos para la economía nacional. La diplomacia dominicana necesita asumir con plena conciencia su papel como motor del desarrollo: abrir mercados, atraer capital, promover alianzas estratégicas y proyectar la marca país con inteligencia. En Europa, este modelo está altamente desarrollado y estrechamente vinculado al sector empresarial, donde el Estado y la empresa privada actúan de manera coordinada para expandir su influencia económica y comercial. República Dominicana puede y debe avanzar hacia ese paradigma: una diplomacia económica de Estado, donde el principio y el pragmatismo se unan en una misma dirección. Porque el lugar de un país en el mundo no se hereda ni se impone: se negocia, se construye y se sostiene con visión económica y con estrategia inteligente.

Retos
El desafío pendiente es construir una diplomacia profesional, sostenida y coherente, capaz de trascender los ciclos políticos”

Visión
Se debe avanzar hacia una diplomacia económica de Estado, donde el principio y el pragmatismo se unan en una misma dirección”.

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